Kevin y Francis



…“No es sencilla la vida de un discapacitado”, repetía una y mil veces Kevin. “Peor aun es la muerte, tu por lo menos tienes un aliado, tu silla de ruedas” le devolvía sutilmente Francis, un meticuloso anciano que padecía de Parkinson. Kevin solía irritarse con esa frase, no sabia si tomarla como una ironía o simplemente como un comentario típico de la ancianidad. No podía entender como un objeto inanimado e indignante podía ser su aliado…


A Las dos semanas de haberse mudado junto a su familia a un elegante barrio de Boston, Kevin sufre un accidente automovilístico que lo inmovilizara de por vida. Su existencia era un calvario, sus días tambaleaban en una escala de grises inagotable y su futuro era tan incierto que su único amparo era la tristeza y la desolación, limitándose a pasar horas y horas en su frio y latoso dormitorio.

Tres meses después del trágico día, el veinteañero Kevin decide respirar un poco de aire. Su vida aclamaba un poco de vegetación, estaba saturado de sentirse acorralado por cuatro paredes. Con ayuda de su madre y su hermana menor, acepta la invitación del sol y con mucho coraje se dirige a la puerta de su hogar. Se coloca en el jardín de su casa y observa a la gente pasar por su vereda, una inconfundible vereda Yanqui, con una anchura descomunal y arbustos lookeados a la época del año. Se sentía raro, tenía pánico de los comentarios que podrían recaer en su persona debido a su inmovilidad, no estaba dispuesto a obsequiar explicaciones ingratas sobre su estado físico. Todo parecía perfecto, habían pasado mas de diez minutos y si bien había recibido tres o cuatro saludos, no se sentía marginado visualmente y tampoco discriminado, Se lo veía espontaneo y feliz. Sin embargo, en el momento menos pensado, escucha una carcajada interminable y paralelamente una frase ambigua, un tanto deshonesta pero afectiva: “¿3 meses para ver si le salían piernas a la silla de ruedas? Bienvenido a la vida…”. Era el viejo Francis, un ochentón refinado que pasaba gran parte del día en su ventanal, observando los movimientos de su querido barrio. Tenia varias enfermedades, entre ellas el Parkinson, una enfermedad no tan grave que se transformo en su punto débil, aunque nadie jamás se entero. Su forma de ser era tan particular que los vecinos no podían amarlo u odiarlo, se producía una ambivalencia continuamente y eso lo hacia un ser sublime.
Kevin y Francis se hicieron muy amigos, a pesar de la extensa diferencia de edad que existía entre ambos, se complementaban bien y eran muy compañeros. Paradójicamente, esos 62 años que los separaban eran el motor de su amistad, compartían meriendas, partidos de NBA, salidas al parque, compras por el centro comercial, todo siempre limitado a la reducción de movilidad de ambos, pero sin llegar a ser un impedimento. Francis era muy sabio, “La experiencia que adquirí, la gane en el día a día, no año tras año” solía repetir continuamente, alentando a su incipiente amigo a la obtención de logros. Trataba de aconsejarlo y motivarlo a estudiar, a trabajar, a salir. Este hacia oído sordo y se desplomaba frente al mínimo traspié. Muchas veces se lo oía a Kevin quejarse de su silla de ruedas, estaba indignado con ella y en reiteradas ocasiones trataba de levantarse para caminar y en segundos estaba recostado en el suelo pidiendo ayuda. Esto provocaba en el una angustia incesante y un dolor intenso tanto físico como moral.

El extravagante anciano, como lo llamaba cariñosamente Kevin, pasaba noches en vela anhelando conocer a una persona muy especial, el sentía que su cometido en esta vida no iba a finalizar sin haber cumplido con su máximo objetivo. Y es por eso que en una noche acogedora decide contarle una breve historia a su joven amigo. Con la voz trepidando y un esfuerzo conmovedor se larga… “Allá por 1952, había conocido a una hermosa mujer en las afueras de Orleans. Todo era magnifico, estaba en la cumbre de la felicidad, podía estar horas observando sus imponentes ojos y al mismo tiempo innovar poemas para agasajarla y hacerla feliz. Vivía por ella, vivía gracias a ella. Hasta que un buen día, de la noche a la mañana, decide dejarme. No me dio motivos, se esfumo en cuestión de segundos y jamás la volví a ver…”. Kevin, helado con la narración, le apoya el brazo en el hombro en un acto de estimación, pensando que el relato había concluido. Pero Francis tenía mas para contar, en realidad, lo más asombroso todavía no había salido a la luz. “… Hace 2 años, recibí una correspondencia de ella. No se de que manera consiguió mi dirección, pero por decisiones del destino, una tarde lluviosa me encontraba en el patio de mi casa, tomando un refresco y leyendo su carta donde explicaba el motivo de su partida. Resulta que tengo una hija, una hija que jamás conocí, porque ni bien se entero de su embarazo, decidió abandonarme con la insulsa justificación de que no estaba preparada para traer al mundo a una criatura. Fue todo muy perturbador y traumático, en el ocaso de mi existencia enterarme de que tengo una hija, seguramente nietos o nietas, no creo merecer tanto protagonismo en la recta final de esta vida, pero muero por conocerla…”. Kevin no dudo un instante, se aferro al brazo de Francis y le exigió compromiso, lo obligo a investigar y dar con el paradero de su hija. No tenían muchos detalles, solo su nombre, Sarah, que figuraba en la carta. Podría estar viviendo tanto en Estados Unidos como en Bulgaria, Malasia, podría estar en cualquier rincón exótico del universo. Lo que si sabían era que no convivía con su madre, en la carta cuenta que la abandono de muy pequeña.

A todo esto, Kevin seguía desertando de su presente. El deseo de Francis lo motivaba, se sentía inspirado, creía que podía ser útil, pero no era suficiente. Se disipaba en las tinieblas pensando que pasaría el resto de su vida en esa miserable silla de ruedas. Estaba muy restringido, estaba condicionado a sobrellevar un estilo de vida inesperado para las expectativas que el tenia. Pero como siempre le decía el viejo y querido Francis: “Que suerte que tienes en podes escuchar, en poder observar. Hay personas que no tienen ese privilegio”. Esta era su cualidad, su talento, siempre tenía las palabras precisas para aliviarle el dolor a su amigo. Aunque sea transitoriamente.

Días más, días menos, logran ubicar a Sarah en Los Ángeles. Una universidad la tiene en su base de datos, aunque curiosamente se ausento a las ultimas 10 clases. La tarea no seria sencilla, pero Francis no quería que en el mundo celestial lo rotulen de cobarde disfrazado de santo, así que decide viajar a esta gran ciudad cosmopolita, a pesar de un deterioro en su salud y un incremento del Parkinson. Kevin, al tanto de la situación insiste en acompañarlo, pero su silla de ruedas retrasaría la búsqueda, es por eso que Francis decide ir solo. BOSTON-LOS ANGELES. Un viaje de pocas horas y un destino incierto. Las cartas estaban barajadas y el mazo estaba lejos.

Horas más tarde, Kevin comprendió el motivo de la tardanza del vuelo que estaría en Los Ángeles pasado el mediodía. No podía entender como un objeto inanimado e indignante como su silla de ruedas, estaba sudando. Tal vez por haber esquivado la muerte, tal vez por la partida de Francis.

Aquel 11 de Septiembre del 2001 el mundo entero se vistió de luto.

Su máximo objetivo no se cumplió, tampoco se hubiese cumplido. El 23 de agosto, Sarah había decidido quitarse la vida. Francis fue bien recibido en el mundo celestial, el traje de valiente disfrazado de santo le queda perfecto. Kevin decidió aliarse con su silla de ruedas, ambos viven el día a día y disfruta de poder escuchar, de poder observar, hay personas que no poseen ese privilegio… Diría Francis

2 comentarios:

Excelente cuento! Te deja pensando en la muerte en la vida de Kevin y en la vida que dejó la muerte de Francis...Mónica

QUEDO PENSANDO QUE TODOS TENEMOS UN ALIADO PARA HACERNOS MAS LLEVADERA LA VIDA. EL ASUNTO ESTA EN SABER RECONOCERLO Y ACEPTARLO. MUY BUEN CUENTO .